Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer (Lc 22, 15) Esta frase nos muestra el anhelo más íntimo del Señor en el momento más importante de su vida, ya que llegamos al punto culminante de toda la Creación, de toda la historia de la humanidad (cf. Jn 12, 27) ¡Su Pasión!

De pie, con el cinturón ceñido, el bastón en la mano, Jesús conmemora la Pascua con los íntimos de su Corazón, entre los cuales podemos ver a Judas, que lo va a traicionar.

En esta última Cena, vivimos el más grande de los misterios que un Dios está a punto de inventar en su excesivo gran amor por nosotros (Ef 2, 4). El  es el Cordero de Dios sin mancha, El, que es nuestra verdadera Pascua (1 Co 5, 7), el Pan vivo bajado del Cielo (Jn 6, 41), que por su carne, vivificada por el Espíritu Santo y vivificante, procurará la verdadera vida a los hombres (Jn 6, 50) (cf. Vat. II, Presbyterorum ordinis, n. 5) está en la Eucaristía.

Mediante las palabras Este es mi Cuerpo (Lc 22, 19) y san Pablo añadirá : entregado por vosotros (1 Co 11, 24), este es el cáliz de mi Sangre derramada por vosotros (Lc 22, 20), para el perdón de los pecados (Mt 26, 28), Jesús instituye el sacrificio eucarístico de su Cuerpo y de su Sangre, para perpetuar el sacrificio de la Cruz a lo largo de los siglos, hasta que vuelva (1 Co 11, 26). De esta manera, el sacrificio de la Misa y el sacrificio de la Cruz son uno. Es decir, que cada vez que la Iglesia celebra el sacrificio eucarístico, el memorial de la muerte y de la Resurrección de su Señor, este evento central de salvación se vuelve realmente presente, y así se produce la obra de nuestra redención aquí y ahora. Este sacrificio es tan crucial para el género humano que Jesús no lo llevó a cabo y no volvió a su Padre hasta después de habernos dejado el medio de poder participar como si estuviéramos presentes. De esta forma podemos tomar parte y degustar los frutos de manera inagotable.

En la Santa Misa, efectivamente, encontramos la suma de todos los bienes : el sacramento del Amor, el signo de la unidad, el lazo de la caridad, el banquete pascual en el que Cristo es recibido como alimento, el alma está colmada de gracia y posee la prueba de la gloria futura (Vat. II, Sacrosanctum concilium, n. 47). Es el resumen y la suma de toda nuestra fe (CEC 1327). Y la cumbre de la Eucaristía, es la sagrada Comunión. Así pues,  no dejemos de vislumbrar en este momento tan excepcional en el que un Dios se reune con su criatura, en el que la Majestad divina desciende hasta el pobre y el miserable, el infinito toma posesión de la nada y lo colma a profusión, el Médico acude hacia el enfermo, el Todopoderoso viene a socorrer la Flaqueza, la Misericordia perdona al pecador y lo abraza con su ternura infinita.

Si el mínimo acto de amor es suficiente para compensar todos los pecados del mundo, ¿qué no podrá conseguir una Misa, una comunión bien celebrada ?

Pediremos a la Virgen María que nos enseñe el amor por la Eucaristía y por el sacerdocio, por la Iglesia y por nuestros hermanos para que puedan ver en nosotros la misma mirada que Cristo tiene por ellos.

P.Cyprien M. osb